Libros Gratis - El Hombre de la Mascara de Hierro
 
 
         

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--Sí, Sire.
--Probádmelo.
--Fácilmente, hasta lo último.
--Ya sé que contáis con exactitud.
--Es la cualidad mejor que puede exigirse a un intendente de hacienda.
--No todos la poseen.
--Gracias, Sire, por un elogio tan lisonjero para mí en vuestra boca.
--El señor Fouquet está rico, riquísimo y eso todo el mundo lo sabe.
--Vivos y muertos.
--¿Qué queréis decir?
--Los vivos ven la riqueza del señor Fouquet, y admiran el resultado, y aplauden; pero los muertos, co-
nocen las causas, y acusan.
--¿A qué causas debe, pues, el señor Fouquet su fortuna?
--Con frecuencia el oficio de intendente favorece al que lo ejerce.
--Conozco que tenéis que hablarme más confidencialmente; nadas temáis, estamos solos.
--Bajo la égica de mi conciencia y la protección del rey, Sire, nunca temo --dijo Colbert inclinándose.
--¿Conque los muertos hablan?
--A veces, Leed, Sire.
--¡Ah! --dijo Aramis al oído del príncipe, que escuchaba sin perder sílaba; --pues estáis aquí para
aprender vuestro oficio de rey, monseñor, escuchad una infamia real. Vais a asistir a una de tantas escenas
que Dios, o más bien el diablo, concibe y ejecuta. Escuchad atentamente y os aprovechará.
El príncipe redobló la atención, y vio como Luis XIV tomaba de las manos de Colbert una carta.
--¡Letra del difunto cardenal! --exclamó el rey.
--Feliz memoria la de Vuestra Majestad --dijo el intendente; --conocer en seguida qué mano ha escrito
un documento, es una aptitud maravillosa para un rey destinado al trabajo.
Luis XIV leyó una carta de Mazarino, y como el lector ya la conoce desde el rompimiento entre la Chev-
reuse y Aramis, dejamos de citarla aquí.
--No comprendo bien --dijo el monarca hondamente interesado en aquel asunto.
--Vuestra Majestad no tiene todavía la práctica de los empleados de la intendencia.
--Veo que se trata de dinero entregado al señor Fouquet.
--Trece millones nada menos.
--¿Y esos trece millones faltan en el total de las cuentas? Repito que no lo comprendo bien. ¿cómo pue-
de ser que resulte ese déficit?
--Yo no digo que pueda o no pueda resultar, lo que digo es que resulta.
--¿Y la carta de Mazarino indicas el empleo de aquel dinero y el nombre del depositario?
--De ello puede convencerse Vuestra Majestad.
--Con efecto, de ella se deduce que el señor Fouquet aun no ha devuelto los trece millones.
--Así resulta de las cuentas, Sire.
--¿Qué inferís de todo eso? --Que no habiendo el señor Fouquet devuelto los trece millones, se los ha metido en el bolsillo. Ahora
bien, con trece millones puede hacerse un gasto cuatro veces mayor del que Vuestra Majestad no pudo
hacer en Fontainebleau. donde, si Vuestra Majestad no lo ha olvidado, sólo gastamos tres millones.
Para un torpe, no dejaba de ser una sagaz perversidad el invocar el recuerdo de la fiesta en la cual el rey,
gracias a una insinuación de fouquet, notó por vez primera su inferioridad. Colbert devolvía en Vaux la
pelota que en Fontainebleau le lanzara Fouquet, y, como buen hacendista, con todos los intereses. Pre-
dispuesto ya de tal suerte el rey, a Colbert le quedaba poco que hacer, y así lo conoció al ver el gesto som-
brío de Luis.
El intendente aguardó a que Su Majestad hablara, con tanta impaciencia como Felipe y Aramis desde lo
alto de su observatorio.
--¿Sabéis qué resulta de todo eso, señor Colbert? --preguntó el rey tras un instante de meditación.
--No. Sire.
--Pues resulta que si quedase comprobadas la apropiación de los trece millones...
--Lo está.
--Quiero decir si se hiciese pública.
--Mañana lo sabría todo el mundo si Vuestra Majestad...
--Si no fuese el huésped del señor Fouquet --repuso con bastante dignidad Luis XIV.
--En todas partes el rey está en su casa. Sire, y sobre todo en las casas pagadas con su dinero.
--Paréceme --dijo Felipe en voz baja a Aramis, --que el arquitecto que construyó esta cúpula, previen-
do el uso que harían de ella, debía haberla hecho móvil para que uno pudiese desplomarla sobre la cabeza
de canallas como Colbert.
--Lo mismo estaba yo pensando --repuso Herblay. --pero como en este instante Colbert está tan cerca
del rey...
--Es verdad, esto provocaría una sucesión.
--De la que vuestro hermano menor cosecharía todo el fruto, monseñor. Pero lo mejor que podemos
hacer es callar y seguir escuchando.
--Creo que no escucharemos largo espacio --dijo el príncipe.
--¿Por qué?


 

 
 

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